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quinta-feira, 21 de novembro de 2024

A Terceira Guerra Mundial [por Fabrizio Mejia]




“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, dijo célebremente el teórico de las artes, Frederick Jameson. Es una frase que describe el clima posterior a la caída del Muro de Berlín y la extinción de la Unión Soviética. No obstante que Rusia, los Estados Unidos, China, India, Pakistán o Israel seguían teniendo cabezas nucleares, la desaparición del socialismo soviético como régimen terminó con el imaginario de una destrucción final. Es como si una Rusia capitalista fuera menos peligrosa que una soviética. Como si Estados Unidos, que ha sido el único país en arrojar dos bombas nucleares contra poblaciones civiles, ya no tuviera la motivación para volverlo a hacer. Si lo piensan es demencial que nos hayamos olvidado de que seguñian existiendo las armas nucleares sólo porque una de sus partes en conflicto adoptó el capitalismo como modelo económico.

Durante medio siglo, el mundo fue capaz de imaginar una guerra, la nuclear, que sólo podía simularse porque, de existir, sería el final de la humanidad y del planeta. Tras el final del socialismo existente, comenzó a recorrernos otro tipo de desenlace, ya no tan abrupto como las nubes radioactivas de hongos nucleares que arrasaban con todo a su paso, sino el cambio climático con la extinción paulatina de todas las especies, costas que desaparecían, indundaciones y sequías donde nunca antes habían existido. Pero en días pasados, el permiso del Presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, para que Ucrania atacara a Rusia con misiles dirigidos satelitalmente de origen estadunidense, puso de nuevo en la mirada colectiva la posibilidad de la guerra nuclear, la tercera y última de la humanidad. Sin embargo, el anuncio no generó la angustia que hubiera desencadenado en, por ejemplo, 1983. Seguimos hablando del G-20, de si Trump tenía o no mayoría del voto popular, de si Javier Milei se humilló ante Lula. ¿Por qué hicimos como que la amenaza no era tan real como en 1962 con la crisis de los misiles en Cuba? ¿Por qué decidimos voltear para otro lado en espera de que Trump y Putin se pongan de acuerdo para pacificar Europa? ¿Por qué, en vez de salir a protestar a las calles, las poblaciones de Finlandia y Suecia se dedicaron a leer los folletos de sus gobiernos en caso de un ataque nuclear? ¿De dónde nos salió esa capacidad de negar el peligro evidente? Esa pregunta es la que trataré de explorar en esta videocolumna.

Lo primero que debo decir es que el término “guerra fría”, que terminó por designar un periodo de medio siglo de la humanidad, fue acuñado por George Orwell en un artículo de periódico del 19 de octubre de 1945 llamado “Tú y la bomba atómica”. El que más tarde nombraría al totalitarismo como Gran Hermano y a la propaganda como “neolingua”, habló en este texto de un nuevo concepto. Escribe Orwell: “Por varios indicios se puede deducir que los rusos aún no poseen el secreto de fabricar la bomba atómica; por otra parte, la opinión generalizada parece ser que la poseerán dentro de unos años. Así pues, tenemos ante nosotros la perspectiva de dos o tres superestados monstruosos, cada uno de los cuales posee un arma mediante la cual millones de personas pueden ser aniquiladas en unos pocos segundos, dividiendo el mundo entre ellos. Se ha asumido bastante apresuradamente que esto significa guerras más grandes y sangrientas, y tal vez el fin real de la civilización maquinista. Pero supongamos (y en realidad éste es el acontecimiento más probable) que las grandes naciones supervivientes lleguen a un acuerdo tácito de no utilizar nunca la bomba atómica unas contra otras. Supongamos que sólo amenazan o la utilizan contra personas que no pueden tomar represalias. En ese caso volvemos a donde estábamos antes, con la única diferencia de que el poder se concentra en menos manos y que las perspectivas para los pueblos sometidos y las clases oprimidas son aún más desesperadas”. Sigue Orwell en 1945: “Cualquiera que haya visto las ciudades en ruinas de Alemania encontrará la idea de la destrucción de la humanidad al menos imaginable. Sin embargo, si se mira el mundo en su conjunto, durante muchas décadas la tendencia no ha sido hacia la anarquía sino hacia la reimposición de la esclavitud. Puede que no estemos encaminados hacia un colapso general, sino hacia una época tan terriblemente estable como los imperios esclavistas de la antigüedad. El tipo de visión del mundo, el tipo de creencias y la estructura social que probablemente prevalecerían son las de un Estado que fuera a la vez INCONQUISABLE y en un estado permanente de “guerra fría” con sus vecinos. Se prolongará indefinidamente una paz que no es paz”.

Orwell había dado en el clavo de lo que significaría una guerra final, la tercera, que no podía ser llevada a cabo salvo como amenaza y que haría de los poseedores del arma nuclear poderes intocables. No es que Orwell estuviera contra las armas en general, sino sólo contra las que podían usar sólo una élite muy poderosa del planeta. De hecho, su artículo comienza apreciando el valor que tuvieron los rifles para hacer revoluciones populares, pero abomina estas armas que requieren un saber tecnológico secreto, como la bomba atómica.

Pero vayamos más allá de 1945. Dos años después, en el boletín de Edward Teller de los científicos atómicos se empezó a publicar un reloj con la hora del final total, que se puso a la media noche. Primero lo fijaron en siete minutos para las doce y, en 77 años se ha movido 25 veces. Pero lo que sorprende del uso de este reloj es que no se movió por ejemplo, en la crisis de los misiles en Cuba en 1962, y que retrocedió entre 1987 y 1991 por los tratados de reducción de armas nucleares. Así, más que medir los riesgos, mide la supuesta capacidad diplomática para alejarlos. Ahora, el reloj ha avanzado a 90 segundos del final, cuando Biden, estúpidamente, le ha dejado a su sucesor, Donald Trump y a Vladimir Putin el espacio para que “salven al mundo” y se vistan de gloria planetaria.


La democracia explicada

Pero voy al segundo punto de esta videocolumna, una vez establecida la idea de la Guerra Fría, es decir, de una que no se libró en un conflicto sino en lo que se dijo sobre la anticipación del conflicto. La bomba atómica fue más ideológica que cualquier otra arma en la historia porque significó el sometimiento de las poblaciones de Estados Unidos, la Unión Soviética y las dos partes de Europa con simulacros de ataques, bunkers bajo tierra, y la propaganda de que todo ese arsenal tenía como objetivo disuadir al otro de no usarlo. Pero este relato que sometió a poblaciones a una especie de calma de desalentar al enemigo con la acumulación de armas, no era realmente lo que perseguían sus propagandistas. Un ejemplo que desnudó esa mentira, fue el del falso documental que produjo la BBC de Gran Bretaña en 1965 y que ella misma censuró y no transmitió hasta veinte años después. Se trata de War Game de Peter Watkins donde se simula un ataque a la región de Kent en Inglaterra. La BBC fue sometida a censurarla por el Ministerio del Interior y el de la Defensa porque la película ponía de manifiesto, no la disuasión a las armas soviéticas y chinas, sino el caos social que se desataba entre los sobrevivientes. En algún momento, un personaje se lamentaba, incluso, de no estar muerto. Se desencadenaban los motines, saqueos de comida, y los asesinatos entre los pobres que no habían muerto con la explosión. La película mostraba no el patriotismo que respondía a un desafío extraordinario como un ataque soviético, sino al colapso del Estado y de la ley y el orden. Ante los motines, surgía un Estado policiaco que destruía las mismas libertades que se suponía que la Guerra Fría pretendía defender. Así, la guerra nuclear no se mostró como una puesta en escena del nacionalismo o de la defensa de las libertades contra el totalitarismo, sino que alentaba justo una dictadura policiaca para contener sus efectos. Y la BBC tardó veinte años en ponerla en sus pantallas, ya cuando Carl Sagan había hablado del “invierno nuclear” en televisión, es decir, de la nube de escombros que taparía durante años la entrada de los rayos solares a la atmósfera y la consecuente hambruna que sobrevendría. La transmitió cuando ya se había exhibido en la televisión estadunidense, El día después, The Day After, que reflejaba el drama de esa línea de batalla de la Guerra Fría que fueron los estados del medio oeste de los Estados Unidos, como Misouri y Kansas, donde están los silos de cabezas nucleares, con su contaminación tóxica. Así que, realmente, el tema nuclear era para controlar con su amenaza, no a los soviéticos sino a las poblaciones de los países involucrados con la idea de que era mejor tener las armas almacenadas para mejor defender las libertades. Como había avizorado George Orwell, en realidad se trataba de una nueva forma de esclavismo. Una esclavitud que hacía creer a las personas que acumular armas era contribuir a la paz. Una esclavitud que supuso construir una bomba que pusiera fin a toda guerra posterior. Por eso digo que era un arma ideológica. Tan real como la imaginación.

Siguiendo este hilo, voy a la tercera proposición de esta videocolumna. Y es que la Guerra Fría fue psicológica y emocional. Dice la doctora Claudia Kmper: “La lógica de la disuasión nuclear, que amplios sectores de la sociedad y la política habían internalizado es en realidad una forma de enfermedad que impedía que la gente reconociera las soluciones al conflicto. Este diagnóstico operaba en dos niveles. En primer lugar, atribuyeron el clima de desconfianza mutua y la propia carrera armamentista a temores reprimidos entre los políticos y el público. La conciencia popular estaba preparada para las guerras convencionales mediante prejuicios y percepciones erróneas. Por el contrario, la Guerra Fría continuamente causaba disturbios en la mente del público. Por lo tanto, impidió que las personas vieran las posibilidades constructivas para resolver el conflicto, que fue el punto de partida de los esfuerzos terapéuticos de la Asociación de Médicos contra el armamentismo. En segundo lugar, se diagnosticó una discrepancia entre conocimiento y acción. Por un lado, se conocían con cierto detalle las probables consecuencias de las bombas atómicas. Sin embargo, los gobiernos, por otra parte, estaban ocupados preparándose para tal acontecimiento apocalíptico, por ejemplo mediante medidas de defensa civil, en lugar de hacer preparativos para prevenir una guerra nuclear”. Así, los temores de la guerra que siempre son precedidos de un estereotipo del enemigo, se iban hacia el gran final, la destrucción total, donde ya no había para dónde correr. Los terrores iban a un callejón sin salida. Sólo así uno puede explicarse cómo durante los años sesnta del siglo XX, vimos el surgimiento de monstruos creados por descuido de los científicos, como Godzilla o Mothra, que destruían ciudades enteras, justo en Japón. Era una forma de sacar los terrores de la guerra nuclear, del hongo sobre Hiroshima y Nagasaki. Durante décadas, la “zona cero” se refirió justo a esos dos poblaciones cuyos padecimientos siguieron por generaciones. Hasta que George W. Bush decidió trasladarle el nombre a los edificios colapsados por los ataques del 11 de septiembre y mostrar el avión de la primera bomba, el Enola Gay, en el Museo Smithsonian. El terror a las bombas soviéticas se trasladó así a los ataques terroristas. Ello conllevó un cambio sustancial: ya no era una destrucción de toda la humanidad, sino que estaba circunscrito al Medio Oriente. Podíamos respirar al fin con un enemigo terrorista que, si bien, permanecía oculto, estaba lejos y tenía que embarcarse en toda una logística para poder llegar con sus aviones comerciales secuestrados hasta el centro financiero del mundo.

Y creo que esa podría ser una respuesta parcial a por qué no nos hemos angustiado con la anuencia de Joe Biden a atacar a la Rusia capitalista de Putin. Es porque parece concentrada en una región del mundo, en la frontera entre la OTAN y Rusia, en ese país llamado Ucrania que tiene un presidente que era cómico de la tele. Mi otra parte de la respuesta tiene que ver con el cansancio emocional. Después de una pandemia que nos amenazó con quitarnos la vida a todos, pero sobre todo a los ya enfermos, a los más viejos, a los más gordos, un pánico que hizo que el mundo se guardara en sus casas cuando así lo permitió su economía; después de eso, una guerra nuclear parece demasiado para lidiar. En estos setenta años lo hemos hecho conformándonos a las restricciones a todas luces totalitarias de seguir las instrucciones para ir a los bunkers bajo tierra, en los países que tienen riesgos reales, y en nuestros países en pensar que habrá una nueva crisis económica, que sobrevendrá un quebranto inflacionario y del comercio global. Bajo la premisa que ya vislumbraba George Orwell de pensar que acumular armas era contribuir a la paz, hemos consentido con este delirio del Apocalipsis final, el militarista, donde no hay Juicio Final ni serán salvados los buenos de corazón. Ante esta encrucijada, ¿dónde están las manifestaciones pacifistas llenando las calles europeas o estadunidenses? ¿Qué pasó con el movimiento anti-nucelar tan activo en los años ochenta?

Tal parece que somos incapaces de imaginar una guerra nuclear como una posibilidad y por eso nos engañamos a nosotros mismos al creer que algo tan inimaginable no podía suceder realmente. Por eso, sobre este nuevo riesgo de destrucción final, ahora hay más memes que acciones. Nos hemos quedado sin poder para reaccionar y eso, en sí mismo, es acaso la extinción más profunda: la desaparición de nuestra capacidad de responder y luchar.


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Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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PS1: 

VEJA REPORTAGEM EM ESPANHOL, INCLUINDO CIMEIRA DE G20:

domingo, 21 de julho de 2024

DECLARAÇÃO DA OTAN E ESTRATÉGIA MORTAL NEOCONSERVADORA [Jeffrey Sachs]

 https://www.unz.com/article/the-nato-declaration-and-the-deadly-strategy-of-neoconservatism/

                     Foto: Biden discursando num encontro da OTAN, em Bruxelas


Em prol da segurança da América e da paz mundial, os EUA deveriam abandonar imediatamente o objetivo de hegemonia dos neocons, favorecendo em vez disso, a diplomacia e a coexistência pacífica.

In 1992, U.S. foreign-policy exceptionalism went into overdrive. The U.S. has always viewed itself as an exceptional nation destined for leadership, and the demise of the Soviet Union in December 1991 convinced a group of committed ideologues—who came to be known as neoconservatives—that the U.S. should now rule the world as the unchallenged sole superpower. Despite countless foreign policy disasters at neocon hands, the 2024 NATO Declaration continues to push the neocon agenda, driving the world closer to nuclear war.

The neoconservatives were originally led by Richard Cheney, the Defense Secretary in 1992. Every President since then—Clinton, Bush, Obama, Trump, and Biden—has pursued the neocon agenda of U.S. hegemony, leading theU.S. into perpetual wars of choice, including Serbia, Afghanistan, Iraq, Syria, Libya, and Ukraine, as well as relentless eastward expansion of NATO, despite a clear U.S. and German promise in 1990 to Soviet President Mikhail Gorbachev that NATO would not move one inch eastward.

The core neocon idea is that the U.S. should have military, financial, economic, and political dominance over any potential rival in any part of the world. It is targeted especially at rival powers such as China and Russia, and therefore brings the U.S. into direct confrontation with them. The American hubris is stunning: most of the world does not want to be led by the U.S., much less led by a U.S. state clearly driven by militarism, elitism and greed.

The neocon plan for U.S. military dominance was spelled out in the Project for a New American Century. The plan includes relentless NATO expansion eastward, and the transformation of NATO from a defensive alliance against a now-defunct Soviet Union to an offensive alliance used to promote U.S. hegemony. The U.S. arms industry is the major financial and political backer of the neocons. The arms industry spearheaded the lobbying for NATO’s eastward enlargement starting in the 1990s. Joe Biden has been a staunch neocon from the start, first as Senator, then as Vice President, and now as President.

To achieve hegemony, the neocon plans rely on CIA regime-change operations; U.S.-led wars of choice; U.S. overseas military bases (now numbering around 750 overseas bases in at least 80 countries); the militarization of advanced technologies (biowarfare, artificial intelligence, quantum computing, etc.); and relentless use of information warfare.

The quest for U.S. hegemony has pushed the world to open warfare in Ukraine between the world’s two leading nuclear powers, Russia and the United States. The war in Ukraine was provoked by the relentless determination of the U.S. to expand NATO to Ukraine despite Russia’s fervent opposition, as well as the U.S. participation in the violent Maidan coup (February 2014) that overthrew a neutral government, and the U.S. undermining of the Minsk II agreement that called for autonomy for the ethnically Russian regions of eastern Ukraine.

The NATO Declaration calls NATO a defensive alliance, but the facts say otherwise. NATO repeatedly engages in offensive operations, including regime-change operations. NATO led the bombing of Serbia in order to break that nation in two parts, with NATO placing a major military base in the breakaway region of Kosovo. NATO has played a major role in many U.S. wars of choice. NATO bombing of Libya was used to overthrow the government of Moammar Qaddafi.

The U.S. quest for hegemony, which was arrogant and unwise in 1992, is absolutely delusional today, since the U.S. clearly faces formidable rivals that are able to compete with the U.S. on the battlefield, in nuclear arms deployments, and in the production and deployment of advanced technologies. China’s GDP is now around 30% larger than the U.S. when measured at international prices, and China is the world’s low-cost producer and supplier of many critical green technologies, including EVs, 5G, photovoltaics, wind power, modular nuclear power, and others. China’s productivity is now so great that the U.S. complains of China’s “over-capacity.”

Sadly, and alarmingly, the NATO declaration repeats the neoconservative delusions.

The Declaration falsely declares that “Russia bears sole responsibility for its war of aggression against Ukraine,” despite the U.S. provocations that led to the outbreak of the war in 2014.

The NATO Declaration reaffirms Article 10 of the NATO Washington Treaty, according to which NATO’s eastward expansion is none of Russia’s business. Yet the U.S. would never accept Russia or China establishing a military base on the US border (say in Mexico), as the U.S. first declared in the Monroe Doctrine in 1823 and has reaffirmed ever since.

The NATO Declaration reaffirms NATO’s commitment to biodefense technologies, despite growing evidence that U.S. biodefense spending by NIH financed the laboratory creation of the virus that may have caused the Covid-19 pandemic.

The NATO Declaration proclaims NATO’s intention to continue to deploy anti-ballistic Aegis missiles (as it has already done in Poland, Romania, and Turkey), despite the fact that the U.S. withdrawal from the ABM Treaty and placement of Aegis missiles in Poland and Romania has profoundly destabilized the nuclear arms control architecture.

The NATO Declaration expresses no interest whatsoever in a negotiated peace for Ukraine.

The NATO Declaration doubles-down on Ukraine’s “irreversible path to full Euro-Atlantic integration, including NATO membership.” Yet Russia will never accept Ukraine’s NATO membership, so the “irreversible” commitment is an irreversible commitment to war.

The Washington Post reports that in the lead-up to the NATO summit, Biden had serious qualms about pledging an “irreversible path” to Ukraine’s NATO membership, yet Biden’s advisors brushed aside these concerns.

The neoconservatives have created countless disasters for the U.S. and the world, including several failed wars, a massive buildup of U.S. public debt driven by trillions of dollars of wasteful war-driven military outlays, and the increasingly dangerous confrontation of the U.S. with China, Russia, Iran, and others. The neocons have brought the Doomsday Clock to just 90 seconds to midnight (nuclear war), compared with 17 minutes in 1992.

For the sake of America’s security and world peace, the U.S. should immediately abandon the neocon quest for hegemony in favor of diplomacy and peaceful co-existence.

Alas, NATO has just done the opposite.


(Republished from Common Dreams by permission of author or representative)

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Pode ver o vídeo recente de diálogo sobre geoestratégia, entre Larry Johnson (antigo analista da CIA) e Pepe Escobar (jornalista brasileiro, baseado na Tailândia).
Veja também este vídeo, excerto de entrevista ao Prof. Jeffrey Sachs; é muito esclarecedor.

terça-feira, 18 de abril de 2023

PORQUE NÃO SOU MARXISTA

 De facto, apenas «cri» nas teorias marxistas na adolescência. Já no início da idade adulta, colocava várias objeções pertinentes, em especial, às versões leninistas do marxismo. 

Com o meu afastamento da «religião» M-L (Marxista Leninista), pude ter abertura de espírito para ler clássicos da política, da economia política e da sociologia (secundariamente, pois eu estudava biologia, a minha maior paixão).

Devo dizer que conhecia bem as obras de Marx, Engels, Lenine, um pouco de Trotsky, de Mao e de outros. Muitos autores pró-marxistas eu li; também li muitos anti-marxistas, ou críticos das obras de Marx.

Foi importante para mim ler as obras críticas da ideologia marxista-leninista, de Dominique Lecourt, um filósofo francês. Também li outros autores. A hegemonia  do marxismo e das suas tendências ou correntes, era notória na minha geração. Mas, igualmente notória, a ignorância sobre o conteúdo concreto das obras dos que se idolatrava. 

Muito do que se passou (e passa) com o marxismo, faz-me pensar que, em termos sociológicos ou antropológicos, estamos perante uma religião sem Deus. Ou pior; que endeusaram «personalidades» dessa corrente política, sem o mínimo espírito crítico, mostrando assim que nem sequer o conteúdo objetivo das obras, tinham eles lido ou percebido. 

Hoje em dia, compreendo quais as razões psicológicas (mas não lógicas) do fascínio e adesão a tais teorias. É que elas abarcavam um todo: O «materialismo dialético» era uma explicação última e uma fórmula simples que permitia reivindicar o estatuto de cientificidade para uma teoria de dialética hegeliana, com pedaços de materialismo mecanicista

O século XIX, foi aquele em que se criou um culto da ciência. As pessoas acreditavam na «Ciência», acreditavam no papel libertador do ateísmo científico e  do mecanicismo. Foi este, o cocktail ideológico em que banharam as elites burguesas e os revolucionários, quase todos, oriundos da mesma burguesia ascendente ou triunfante.

Na verdade, tive o privilégio de estudar a fundo as ciências físicas e naturais. Não apenas a biologia, mas igualmente a física (em especial a termodinâmica), a química (também ao nível experimental), a ciência dos sistemas, etc.  A matematização dos modelos não me intimida; eu tive oportunidade de estudar muitos assuntos, que recorriam a modelos matematizados, da Biologia Populacional, à Teoria do Caos, aos Fractais...

Para mim, é evidente que o que se pensa ser a cientificidade da economia, em  especial, das teorias neokeynesianas e monetaristas,  deve-se ao uso de instrumentos matemáticos (por exemplo, os gráficos) mas sem assumirem ou explicitarem as enormes simplificações (o reducionismo) associadas. O não-iniciado fica impressionado com tanta matematização, do mesmo modo que fica impressionado com a matematização dos modelos da física, da química e mesmo da biologia. 

Mas, a quantificação e o tratamento dos dados em termos estatísticos ou usando outras metodologias é útil, sobretudo, para expor uma teoria. Estou a referir-me, obviamente, aos ramos do saber que não sejam diretamente «matemática», incluindo a «física matemática». Faz parte da estratégia de exposição nas ciências naturais, apresentar curvas e gráficos, em conferências ou em publicações científicas. Mas, na maior parte dos casos, as matemáticas têm uma função auxiliar.  

Em biologia, também se utiliza muito as matemáticas. Porém, o substrato último da biologia é experimental e continuará a sê-lo. Mais importante que a matemática, é a metodologia propriamente experimental utilizada, cujos dados podem ser traduzidos sob forma matemática, ou não. Os conteúdos das descobertas ou observações, podem ser descritos de diversas maneiras. Um excelente artigo na área de ciências biológicas pode nem sequer apresentar os resultados sob forma de dados estatísticos.

Esta longa digressão serve para nos precavermos da insistência de certos propagandistas, seja qual for a sua ideologia, em «citar» a Ciência, dizendo que  estão «baseados» na Ciência, ou algo deste género. É confrangedor ver como esta evidente aldrabice funciona: Pois a Ciência não tem nada que ver com seus pronunciamentos políticos; aliás, a «ciência nunca prova nada» (G. Bateson). O pior é que eles são seguidos por muitas pessoas, fascinadas com as aparências. Mas isto não é novo; já no século XIX, usavam o mesmo «disfarce», para melhor levar o auditório a aderir às suas teorias políticas.  

De facto, os verdadeiros cientistas, sobretudo os da ciência experimental, quer estejam no laboratório, ou em «atividade de campo», não têm hoje - nem jamais tiveram - grande interesse pelo marxismo; isso deveria surpreender os que aderem ainda à ideia de que o marxismo «se baseia na ciência», ou mesmo «que é uma teoria científica». 

Marx era um filósofo, Engels, filho dum industrial e Lenine, de família de professores primários. Eles tinham a ideologia «silenciosa» do cientismo da época;  imbuíram as suas políticas de «teorias ad oc», que «justificavam cientificamente» suas teses propriamente políticas. Eles conseguiram arrastar consigo uma parte da intelectualidade da época, pois o discurso deles parecia científico e isso impressionava muitos. Ainda hoje, alguns se deixam impressionar. Se lerem, por exemplo, a obra «Materialismo e Empiriocriticismo », compreenderão que se trata de uma obra panfletária de Lenine, que discorre sobre questões fundamentais da natureza da matéria, segundo as teorias em debate na época . Mas, Lenine não percebeu realmente o debate entre várias correntes da física, nem estava à altura de poder discutir os méritos e fraquezas de cada uma. É um exemplo interessante, pois mostra como questões científicas, foram abusivamente enquadradas na moldura ideológica do «materialismo dialético». Lenine atribuiu adjetivos de «progressista» ou de «reacionária», a tal ou tal teoria e aos cientistas a estas associados.

O mesmo processo, mas em mais trágico, pois muitos cientistas foram mortos ou deportados, passou-se com o decretar da genética como ciência «burguesa», por Estaline e seu protegido Lysenko. Foi importante, para a minha formação, ler a obra sobre Lysenkismo de Dominique Lecourt. É daquelas «lições» que nunca se esquecem. E se nos esquecermos, há líderes e sociedades que voltam a cair nos mesmos erros. O lysenkismo foi nos anos 30 do século XX na União Soviética do estalinismo triunfante. Infelizmente, viu-se um ressurgir recente daquele comportamento no mundo contemporâneo: A histeria «covidiana», desencadeada pelo poder, a campanha de violência difamatória contra as pessoas com espírito crítico, a «caça às bruxas», etc. 

No que toca à teoria política, propriamente dita, é um facto que não existe libertação ou emancipação, se a sociedade estiver sujeita a um governo totalitário, que se considera incumbido duma tarefa «messiânica». Um poder que fala em nome da classe operária, do proletariado, não se importando, porém, de o esmagar da maneira mais rude, de lhe retirar todos os meios legais de contestação. Uma pessoa medianamente instruída e que tenha convicções socialistas/comunistas irá naturalmente divergir da teoria política marxista leninista, perante a observação da «práxis» dos mesmos, quando alcançam o poder. 

Eu estive muito interessado nos primeiros socialistas que eram, quase todos, da vertente «não-autoritária»: William Godwin , Gracchus Babeuf, Charles Fourier, Pierre-Joseph Proudhon, e muitos outros, vilipendiados por Marx e marxistas de hoje, que continuam a repetir as difamações de ignorantes, contra esses pioneiros. Na verdade, o que os primeiros socialistas não-autoritários «descobriram», foi retomado e aperfeiçoado por várias gerações de socialistas libertários ou anarquistas, pioneiros em associações não baseadas no lucro e na desigualdade, que estiveram largamente envolvidos na criação e desenvolvimento dos sindicatos, que fundaram muitas cooperativas, etc. A difamação foi pôr-lhes um rótulo («socialistas utópicos») que não lhes corresponde, que os ridiculariza: Marx era costumeiro disso, em dar etiquetas falsas,  em relação a pessoas  que ele detestava. 

O século XXI tem demasiados desafios próprios, para as pessoas ficarem tomadas pela «paixão pelas coisas mortas». Eu quero com isso dizer que o passado, a história, não são para ignorar, mas também não se devem mitificar. Não se ignorem as realizações, as teorias e as reflexões dos séculos anteriores, mas deve pôr-se tudo isso num contexto apropriado. 

A intolerância e o fanatismo, em pessoas que se dizem socialistas é exatamente tão contraditória, como em pessoas que se afirmam cristãs. Aliás, o cristianismo é uma das fontes e das inspirações do socialismo - comunismo - anarquismo: desde a Reforma no século XVI, passando pelos movimentos sociais dos séculos XIX e XX, até aos movimentos de hoje. 

terça-feira, 7 de março de 2023

QUEM É VICTORIA NULAND, QUEM SÃO OS NEOCONS?

 Como é que a maior potência militar e económica à face da Terra, os EUA, são manipulados por um pequeno grupo que se infiltrou nos interstícios dos diversos postos-chave no aparelho de Estado? Estes Neocons (uns são membros do partido republicano, outros do partido democrático, e outros, sem filiação) promoveram na sombra uma estratégia belicista, desde os tempos da Guerra Fria Nº1, em que a Rússia é vista como «o inimigo nº1 a abater», e mesmo nos anos 2000, apesar de já não haver «ameaça soviética». 

               Os membros-chave da política externa belicista dos EUA

Para se perceber como chegámos à situação catastrófica da guerra na Ucrânia, é absolutamente necessário compreender qual foi o papel de Victoria Nuland e dos Neocons, nas posições dos EUA, desde a preparação do golpe de Maidan*, até hoje.

Abaixo, deixo o link para um artigo de Martin Armstrong, que nos pode ajudar a responder às questões do título: Quem é Victória Nuland, quem são os Neocons?

Veja o artigo do blog de Martin Armstrong, AQUI

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*Maidan: o nome da praça de Kiev onde decorreram as manifestações, inicialmente pacíficas, depois tornadas violentas por grupos de neonazis infiltrados.

terça-feira, 28 de fevereiro de 2023

COLABORAÇÃO DE NACIONALISTAS UCRANIANOS COM NAZIS


 Um importante documento sem concessões, sem qualquer demagogia. Quem tiver conhecimento desta triste história, não pode senão ficar escandalizado pela omissão (intencional) destes factos históricos, pela media mainstream ocidental e pelos políticos alinhados com a OTAN. 
Hoje em dia, os partidos no poder na Ucrânia consideram-se continuadores destes «nacionalistas»; fazem marchas e erguem estátuas a Stepan Bandera. Estes factos desmascaram os «nacionalistas» ucranianos no poder, apresentados como se estivessem no campo democrático. 
Veja também outro documentário da série, mostrando a colaboração de ucranianos da Galícia com as famosas e criminosas SS alemães. Afinal, os que estão no poder em Kiev, são herdeiros e em continuidade com o pior que existiu durante a II Guerra Mundial.

segunda-feira, 8 de outubro de 2018

O CREPÚSCULO DA INTELIGÊNCIA PÚBLICA NO OCIDENTE


           Resultado de imagem para Le Meilleur de Mondes


"A ditadura perfeita seria a que tivesse as aparências da 
democracia, uma prisão sem muros, cujos prisioneiros
não sonhassem sequer se escapar. Um sistema de
escravatura onde, graças ao consumo e ao divertimento,
os escravos amassem a sua servidão."

Aldous Huxley 
O Melhor dos Mundos

A minha tese é muito simples:
De maneira deliberada ou não, a civilização ocidental vem produzindo - geração após geração - cidadãos mais ingénuos, incapazes de racionalidade, de raciocínio lógico, de visão clara da realidade.

A falsa informação sobre o 11 de Setembro de 2001, foi talvez o ponto de partida: Um golpe monstruoso dos neocons que precisavam do seu «Pearl Harbour» para dar o golpe final às liberdades nos EUA e transformar o seu regime em tudo o que caracteriza um fascismo, embora guardando aparências de democracia. 

Digo que foi o ponto de partida pois, a partir deste ponto, causaram guerras de agressão, em si mesmas crimes contra a humanidade, sem que houvesse um sobressalto da generalidade do público das «democracias ocidentais», aliadas do Império. 

Mas a agressividade e o atrevimento dos neocons não se ficaram por aqui pois, apesar do seu óbvio fracasso em trazer a «democracia» para o Iraque ou a Líbia, foram os arquitectos e os mentores do golpe de Estado na Ucrânia, com o apoio da U.E. em Fevereiro de 2014, colocando no poder uma extrema-direita, que se reclama herdeira dos ucranianos que escolheram Hitler, que se alistaram nas suas unidades de exterminação das SS, sendo autores de crimes comprovados contra população civil, judaica e não-judaica, polaca, russa, ou ucraniana, que não estivesse do lado deles.
A partir deste ponto, a caixa de pandora destapa-se completamente, pois precisam de uma guerra-fria bis para demonizar a Rússia, como o fizeram com a antiga URSS, mas agora, sem qualquer laivo de verosimilhança ou pudor. 
Acusam constantemente os russos e os chineses de actos de espionagem quando eles, poderes da NATO, são os que espiam tudo e todos, os maiores e mais constantes agentes de subversão dos regimes que não lhes agradam. São estes governos que clamam que estão sujeitos a «ingerências» da Rússia e da China!

O público ocidental é o verdadeiro alvo desta propaganda, que visa justificar perante ele a política agressiva, belicista da NATO, em particular, dos anglo-americanos (EUA, Reino Unido, Canadá, Nova Zelândia, Austrália). 

Creio que a estupidez ocidental não é endógena, mas que é infundida e reforçada constantemente pela media. Graças à media, tudo tem uma «explicação» compatível com as narrativas delirantes dos governos da NATO. 
Se apenas tivermos a media mainstream como fonte de informação sobre tudo o que se passa, realmente não saberemos nada, pois as notícias importantes são afundadas num mar de lixo, de mexericos envolvendo a vida sexual de pessoas famosas ou outras futilidades. 
O próprio conteúdo das notícias propriamente ditas, deixa muito a desejar: repare-se que, cada vez que noticiam o ponto de vista governamental, ele é apresentado como «a verdade oficial», inquestionável, incontestável. Não existe -na imensa maioria dos casos - qualquer contraponto audível nos media de massa, apenas um pequeno número de pessoas consegue conhecer a posição de políticos contrários aos governos, ou de sindicalistas, ou de outras personalidades que sejam críticas. 
Como a imensa maioria das pessoas está exposta apenas à narrativa dos media de massas, o ponto de vista que esta veicula é adoptado a-criticamente como sendo «a verdade». 
Por exemplo, há 4 anos atrás, as vozes que diziam que o ISIS era uma fabricação dos serviços secretos americanos e de Israel e financiados pela Arábia Saudita, com o apoio do Catar e da Turquia, foram postas de lado como sendo «teóricos da conspiração» mas, agora, toda a gente sabe que isso foi assim. 
No entanto, quase ninguém vem agora questionar o «Ocidente» por ele ter estado a financiar, a pretexto da luta contra o governo legítimo da Síria, os irmãos ideológicos da Al Quaida, os declarados autores de bárbaros ataques contra os civis, nos EUA, na Inglaterra,  em Espanha, em França, etc?

Vemos que existe uma monstruosa conspiração, não uma «teoria da dita», a qual envolve os «nossos» governos, com a preciosa colaboração dos aparelhos ideológicos disfarçados de «órgãos de informação», para nos fazer aceitar a transição paulatina para um regime  totalitário mundial (o triunfo do globalismo), mas um totalitarismo que não se vê.

Um totalitarismo «soft» não significa que ele seja menos duro com a dissidência do que os totalitarismos nazi-fascista ou bolchevique que prosperaram tristemente durante boa parte do século passado: 
- pelo contrário, eles aprenderam a lição com estes totalitarismos passados e não se esquecem de apregoar - como um ritual - o discurso sobre a liberdade, a democracia, etc. Isto, para melhor apunhalar os mesmos valores e - sobretudo - colocar a generalidade dos cidadãos na posição de menoridade mental ou de escravização psicológica (o mecanismo da síndrome de Estocolmo, que usam com abundância). 
Tudo é «psi-op», ou seja, operação psicológica com o objectivo de desarmar, confundir, iludir o «adversário», mas o adversário aqui é a própria população civil dos países que eles governam, sujeita à propaganda maciça.

A maior fragilidade deste novo totalitarismo reside nas pessoas: as que não têm vendas, que já perceberam o jogo. Estas são susceptíveis de  comunicar com outras e mostrar como estão todas sujeitas a manipulação. 
A partir deste momento, uma pessoa deixa de ser manipulável. Uma pessoa não manipulável tem tendência a propagar essa postura de espírito à outras. Se o processo se repete "n" vezes, já ninguém liga à propaganda. Toda a gente está consciente de que «as notícias» são falsidades fabricadas para levar as pessoas a adoptar uma determinada posição.

Isto aconteceu com os regimes de Salazar e Franco, nos últimos anos, em que quase toda a gente era de oposição ou crítica dos poderes, quase ninguém dava crédito aos órgãos de informação controlados pelos governos respectivos. O mesmo se passou com os regimes do Leste europeu.
Tive ocasião de «tomar o pulso» da verdadeira opinião pública em Portugal e Espanha (nos anos de 1970 até 1974). 
Também na Polónia, República da Checoslováquia, República Democrática Alemã e mesmo na União Soviética, países que visitei várias vezes e contactei com pessoas comuns, intelectuais ou operários, jovens ou anciãos, nos anos 1976-1985. 
Foi muito importante para mim, para compreender que as pessoas, uma vez despertas, ficam como que «vacinadas» contra a propaganda. 
Não só a propaganda governamental deve ser encarada criticamente, por aquilo que realmente é, mas toda a propaganda, seja qual for a sua origem; também a de sinal contrário, anti-governamental.